Homilía del Funeral del Padre Ángel Mª Rojas

HOMILIA DEL P. ROJAS ESCRITA PARA LEER EN SU FUNERAL – 23 diciembre 2021

El P. Rojas dejó escrita su última homilía, que entregó a su superior en septiembre de 2020, éste la pasó a su sucesor, que la leyó en la Misa Funeral que tuvo lugar en la Capilla de los Jesuitas de Salamanca el 23 de diciembre de 2021 a las 18:30h. En el sobre ponía “Aquí está el texto de la homilía de mi funeral. Ruego que se abra en ese momento, no antes. Y que se lea entera y despacio, a modo de homilía. Muchas gracias”.

Fecha: Salamanca, 8 de septiembre de 2020, Natividad de Nuestra Señora.

“Muy queridos todos,
Quiero tener con vosotros mi última homilía, no sólo por ahorrar trabajo mental al que presida mi funeral, sino porque quiero hacerlo yo mismo, comentándoos mis sentimientos.

Desde hace tiempo iba viendo que llegaba este momento. Dios me lo ha indicado de diversas maneras, poco a poco me iba despegando de las cosas de la tierra, y yo iba notando como una llamada interior creciente: ¡Ven!. Por eso, no puedo decir que veía llegar la muerte, que suena a final triste. Sino que veía acercarse el momento de mi paso, algo así como un trasplante, un traslado gozoso a mi verdadera casa, a mi verdadera y definitiva familia. Lo veo como un dejar provisionalmente el cuerpo, que ha sido el embalaje o cáscara que utilizado los años que he estado entre vosotros. Más adelante, en la resurrección final, espero recuperarlo, más rejuvenecido y hasta con pelo.

He tenido que aguantarme las ganas de comunicaros que veía esto cercano, porque quizás no todos hubierais comprendido mi alegría. Pero ahora sí es el momento de compartir con vosotros mis sentimientos.

En primer lugar, quiero dar gracias a Dios por tantas cosas: primero por mis tres familias.

Ante todo, por mi primera familia: mis padres, tíos, primos, profesores maristas del colegio, compañeros, amigos. Nunca agradeceré suficientemente el regalo que me hizo Dios con mis padres: me educaron con muchos sacrificios en lo humano, pero ante todo en la fe cristiana; con su palabra, ¡sí!, pero sobre todo con su ejemplo diario. Gracias a esta fe, toda mi vida ha tenido un sentido, una dirección, y estos momentos no han sido para mí los últimos, sino los primeros de una nueva y mejor vida. Más que un terminar ha sido un nacimiento a la Verdadera Vida con mayúsculas. Me dan pena los que no tienen fe o actúan como si no la tuvieran. Para ellos la muerte debe ser algo espantoso.

También doy gracias a Dios por la vocación a la Compañía de Jesús, a la que tanto tengo que agradecer. Nunca me he arrepentido de haber entrado en aquella Compañía de 1957. Si mi primera familia eran mis padres, mi segunda familia son mis hermanos de la Compañía de Jesús. He encontrado muchos y muy buenos compañeros, algunos realmente santos que me han dado un ejemplo estupendo. Y con la vocación a la Compañía, el sacerdocio. Creo que toda la Eternidad me resultará corta para agradecerlo suficientemente a Dios. En mis más de 60 años de jesuita y 50 de sacerdocio, no he tenido ni un solo segundo el menor arrepentimiento de haber dado este paso. Todo lo contrario. Si ahora estuviera en aquel 1957, lo volvería repetir. También agradezco a Dios el destino que me regaló de dedicarme a dar Ejercicios Espirituales. En cientos de tandas a muchos miles de ejercitantes, he visto actuar a Dios en tantas almas. Siempre he estado feliz con este ministerio de los Ejercicios y predicaciones espirituales.

Mi primera familia eran mis padres, la segunda, mis hermanos jesuitas, la tercera Familia, y no menos querida, mis hijos espirituales: los Grupos de Oración del Corazón de Jesús, que fundé en 1975. Por estos grupos han pasado cientos de chicos y chicas. Más de cien han encontrado en ellos su vocación sacerdotal o religiosa, y muchísimos más la matrimonial. Desde que empecé con ellos he trabajado con todo el cariño de que he sido capaz, procurando sólo su bien. Ahora no les dejo huérfanos, ante Dios seguiré ocupándome de todos y de cada uno.

En segundo lugar, quería comentar con vosotros, cómo veo yo estos momentos de mi traslado a la otra vida: en un primer momento con cierto miedo, lo confieso. ¿Por qué? Porque me veía muy lleno de faltas y pecados; y con las manos muy vacías de las obras que quisiera presentar a Dios. Pero Santa Teresita y Santa Faustina Kowalska, me han ayudado a enfocarlo de otra manera.

Primero: Dios nos perdonará como nosotros hayamos perdonado. Yo he tenido la costumbre de perdonar siempre a todo aquel que hubiera podido dañarme de alguna manera. En este momento también quiero pediros perdón a todos por todo aquello en que os haya podido molestar. Sé que me perdonaréis de tal modo los malos ejemplos por mi parte, y sobre todo el que no haya sido para vosotros una trasparencia viva del Corazón de Jesús.

Segundo: confianza en Dios. Quiero presentarme a Él con una frase como ésta: “aquí se presenta tu hijo más miserable, pero que desea quererte muchísimo y confía totalmente en Ti”. En la etapa de vida que he terminado, he intentado agradar a Jesús, aunque he tenido muchísimos fallos. Ahora que estoy con Él le digo que quiero que mi Eternidad sea para Su mayor agrado, y estoy muy contento porque así será.

Tercero: Por lo anterior puedo decir que, para mí, éste ha sido el momento más feliz de mi vida. Aunque visto externamente desde la tierra pudiera parecer lo contrario. Es el auténtico nacimiento a la vida verdadera y definitiva. Es el encuentro gozoso con Dios. El abrazo con Jesús. El beso de la Virgen. El reencuentro con mis padres, familiares, amigos, hermanos jesuitas. Entrar en esa inmensa y fenomenal familia de los ángeles y los santos.

Y, en tercer lugar y último, quiero abriros mi alma: en mi vida he tenido tres Amores: primero el Corazón Eucarístico de Jesús. Naturalmente he hecho muy mío el munus suavissimum[1] como encargo que el Corazón de Jesús y la Iglesia encomendaron a la Compañía de difundir su culto. No podía ser de otra manera. El Corazón de Jesús ha sido para mí: amigo, Padre, hermano, y Maestro, siempre con una Misericordia y cariño infinito. Y añado lo de Eucarístico. Porque en la Eucaristía le he notado Vivo, actuante, palpitando de Amor. He querido que fuera el centro y meta de mi vida. Hoy me he encontrado con Él cara a cara. ¡Os podéis imaginar el abrazo!

Segundo: la Virgen. A lo largo de mi vida la he notado siempre muy muy presente y activa. Me he sentido causado a confiar en Ella. Y puedo decir que siempre me ha concedido todo lo que le he pedido, ¡y mucho más! Y frecuentísimamente se ha adelantado a mis peticiones. En mi vida he sentido, he palpado a la Virgen como Madre cariñosa, cercana, sonriente, tierna, maternal, maravillosa. Hoy me he encontrado con Ella. Ella solita sería para mí como un Cielo entero.

Tercero: la Iglesia Católica. Ha sido mi Madre, y garantía de mi fe. En una época en que está siendo tan atacada o despreciada, incluso por sus hijos, ha aumentado mi deseo de ser fiel a Ella. Hoy he entrado a formar parte de esta gran porción de la Iglesia, en la que he encontrado a todos mis seres queridos.

Termino, porque, aunque yo estoy fuera del tiempo ya, vosotros no. Y no quiero cansaros más. Continuad la Eucaristía con todo el fervor que podáis. Muchas gracias a todos por haber venido. Pedid por mí como yo os prometo pedir por vosotros. Un cordial abrazo a todos y cada uno.

Ángel Mª Rojas, de la Compañía de Jesús”.

[1] “Suave carga” en latín. En 1883 los jesuitas declaran: “que la Compañía de Jesús acepta y recibe con un espíritu desbordante de gozo y de gratitud, la suave carga (según la expresión latina munus suavissimum) que le ha confiado nuestro Señor Jesucristo de practicar, promover y propagar la devoción a su divinísimo Corazón”. Este encargo fue manifestado por el Corazón de Jesús a Santa Margarita Mª de Alacoque y confirmado por diversos Papas.

Deja un comentario

X